Este es uno de los bizcochos más sencillos, suaves y de textura más esponjosa que he probado nunca. Y lo mejor: siempre sale bien. La leche condensada le da un toque delicado y muy especial. No resulta demasiado dulce, así que es perfecto para tomarlo acompañado de una jalea, una mermelada, una compota de frutas, o un chocolate calentito. La presentación que muestro aquí tuvo mucho éxito en casa. Podéis probar a servirlo así: con un par de cucharadas de yogur griego azucarado y unas frutas frescas. Con un té, una infusión o un café con leche puede resultar una merienda o un desayuno de lo más apetecible.
- 120 gr. de harina
- 1 sobrecito de levadura en polvo (de unos 16 grs.)
- 4 huevos
- aproximadamente 395 grs. de leche condensada (un bote pequeño)
- 50 grs. de mantequilla
Pon en un bol la leche condensada, y ve añadiendo los huevos de uno en uno, batiendo bien. A continuación, agrega la mantequilla y bate nuevamente hasta conseguir que la mantequilla se integre perfectamente. Después, añade la harina y procede del mismo modo: bate bien hasta que no queden grumos.
Engrasa el molde, rellénalo con la masa e introdúcelo el horno precalentado a unos 180º, durante 30 minutos (o hasta que pinches con una aguja y salga limpia.)