"La espelta es el mejor alimento. De gran poder alimenticio, es mejor tolerado por el cuerpo que cualquier otro grano. Provee de todos los nutrientes para tener una salud óptima y proporciona una mente feliz. No importa cómo se tome, como pan o con otros alimentos, es buena y fácil de digerir."
Así hablaba ya de este maravilloso y enigmático cereal la religiosa y médica alemana Hildegard von Bingen en el siglo XII. Sus afirmaciones y conocimientos toman plena actualidad ahora que la espelta vuelve a asomarse a nuestras vidas.
Esta semilla es una antigua variedad de trigo, base de la alimentación humana durante siglos. Apareció hace cerca de 8.000 años en Oriente Medio, lo que hoy es Irak e Irán, y en el sureste de Europa, desde donde se extendió por el Mediterráneo. En Valencia, en la Coveta de L´Or, han aparecido restos datados hacia el 4.300 a.C., en pleno Neolítico.
Pero hace casi un siglo entró en desuso. ¿Por qué?
La espelta se conoce como "trigo vestido", porque la cáscara permance unida al grano incluso después de la trilla, lo que obliga a descascarillarlo mecánicamente antes de molerlo, lo cual aumenta el coste. Además, su rendimiento por hectárea es menor que el de otros trigos. Su cultivo quedó así relegado hasta hace poco a comunidades tradicionales que valoraban sus características, en especial en algunas zonas de Italia, donde la llaman "farro", las montañas de Baviera, donde se conoce como "Dinkel" o "Spelz", y Asturias, donde ha pervivido con fuerza y calidad con el nombre de "escanda".