Decía una amiga mía que, así como existe un término para designar a aquellas personas que saben tratar a las plantas (“manos verdes”), debería haber otro para adjudicar a todas aquellas personas a las que se les da bien cocinar. No es mala idea.
Hoy mismo he estado escuchando un programa de radio en el que los oyentes aportaban algunas de sus más importantes experiencias culinarias. Concretamente, relataban recuerdos de su niñez relacionados con la comida. Casi todos eran aficionados a la cocina, y habían intentado repetidamente preparar aquellos platos de su madre, su padre, su abuela o su abuelo, y que recordaban con tanto cariño, pero curiosamente, ninguno de ellos los había logrado igualar con éxito, incluso en el caso de disponer de la receta original.
Una oyente recordaba que de niña, su padre le preparaba una rodaja de buen pan, que regaba con aceite de oliva y a la que añadía simplemente un pellizco de sal. Luego, ella degustaba ese humilde alimento sentada delante de una fragante planta de hierbaluisa. Lo que había quedado en su memoria era el sabor de aquel pan, la imagen de las manos de su padre mientras lo preparaba y se lo ofrecía con cariño, y el aroma de aquella planta, que aspiraba mientras comía. Un bocado, por lo tanto, imposible de igualar.
En el fondo, estoy convencida de que el éxito en la cocina es una cuestión de energía. ¿Por qué, si no, una receta preparada con los mismos ingredientes, en la misma medida, siguiendo los mismos pasos, a veces incluso preparada en los mismos recipientes, sabe distinta si la prepara la madre o la hija; el cocinero o el pinche anónimo de un restaurante, o tú mismo, en la paz de tu hogar?
Se puede cocinar para cumplir un trámite, que para muchos es aburrido, repetitivo, pero desgraciadamente necesario. Y se puede cocinar con deleite, seleccionando con el tiempo y el interés necesario cada uno de los ingredientes, disfrutando de las texturas, los colores, los aromas, agradeciendo la posibilidad de tener cada uno de ellos en nuestras manos. Y luego, mimando cada fruto, cada especia, poniendo nuestra energía, que es propia e intransferible, en ese delicado y artesanal proceso de la elaboración y la presentación final.
Dicho de otra forma: el amor que ponemos en todas nuestras acciones -en este caso cocinar- es la clave.
Prueba un plato preparado por alguien que te quiere y nunca querrás volver a comer de otra forma. Y, si preparas tu propia comida, muéstrate respeto a ti mismo, quiérete, y hazlo igualmente con cariño.
No habrá chef que te iguale…