COCINA OVO-LACTO-VEGETARIANA... Y OTRAS EXQUISITECES.


Yo cocino desde que era una niña. Por aquel entonces, amasaba el pan con arena y agua y lo dejaba secar al sol, con paciencia. Hacía exquisitas sopas con hierbecitas, piedras y agua, y luego se las daba a mis muñecas. Siempre estuvieron muy bien alimentadas.

Hoy sigo cocinando. Y lo hago para alimentar el cuerpo y el espíritu de mi familia, de mis amigos, para procurarles un poquito de salud y felicidad. Y , de paso, para dar cauce a una de las expresiones creativas que más me relajan y que mayor placer pueden llegar a causar en mi querido prójimo: un plato vegetariano, equilibrado, sabroso, aromático, bien presentado … agradable en fin a todos los sentidos.

E incluyo, por supuesto, el sentido común: Obviamente, merece la pena cualquier plan dietético que nos ayude a aumentar nuestra sensibilidad ética, respete más los recursos del planeta y sea potencialmente capaz de hacer desaparecer el hambre. El vegetariano sabe que con su vida diaria contribuye de forma privada, pequeña e indirecta al alivio del sufrimiento humano y animal. Tiene conciencia de que en vez de ser parte de un problema es parte de una solución potencial. No cabe mayor sentido común.

Lo que os ofrezco son pequeños experimentos culinarios que yo misma he ido realizando y recopilando a lo largo de casi veinte años de mi experiencia vegetariana. Por supuesto, casi todos tienen su origen en una receta que un día leí, observé y apunté, escuché, o me fue transmitida por las sabias manos de mi abuela. Pero mi absoluta incapacidad para seguir una receta al pie de la letra (mi madre dice que esto tiene que ver con mi creatividad, pero yo pienso más bien que es por mi afán desmedido de libertad en todos los campos), me ha llevado a escribir mi propio recetario.

Espero que os animéis a cultivar conmigo un arte que es pura alquimia, pura armonía, salud y magia: el arte de la cocina vegetariana.




"Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento." Hipócrates

16.1.11

Espirales de pan con pesto y parmesano.


En estos tiempos todo son sucedáneos. Comemos sucedáneos: un tomate ya no sabe a tomate, una manzana ya no es una manzana... ¿Y qué me dices de un email? ¿No es un sucedáneo de una carta? (cómo añoro una carta, como las de antes, dios mío cómo las añoro...); un sms sustituye a una llamada; la música enlatada recuerda a duras penas a la música en directo. Yo diría incluso que hay personas que parecen sucedáneos de seres humanos...

Así que muchos echamos de menos las cosas esenciales, las auténticas, las que son sencillas y están bien hechas. Como el pan hecho en casa.

Curiosamente, si te informas acerca de la fabricación del pan, compruebas que, al mismo tiempo, en la elaboración de ese básico alimento, se da una innumerable serie de fenómenos físico-químicos con complejas explicaciones. No obstante, opino que hacer pan es algo sencillo que da una felicidad difícil de expresar. Encontrar algo real, algo de verdad, auténtico, es un auténtico logro.

Un alimento con ese nombre milenario (un nombre capaz de darnos una palabra tan bonita como “compañero” –del latín companio, “el que come su pan con”) tiene que ser bueno por necesidad.


Antes de cocer...

... y cocido.

I)

- 400 grs de harina blanca de trigo

- 400 grs de harina integral de trigo

- una cucharadita de sal

- 3 cucharadas de pesto (pudes comparalo hecho)

- 100 grs de queso parmesano rallado

- una cucharada sopera de aceite de oliva

- agua tibia


II)

- 25 grs de levadura fresca

- una cucharadirta de azúcar

- 2 cucharadas de harina

- medio vaso de agua templada


- un huevo para pintar la masa

Echa las harinas en el banco de la cocina con la sal, y en el centro pon los ingredientes de abajo (II), que son los que harán subir la masa. Agrega el aceite y ve uniendo los ingredientes con el agua, formando una masa. Tápala con un paño, métela en un lugar calido y cerrado, sin corrientes de aire, y déjala subir al menos media hora.

Cuando haya duplicado su volumen, estira la masa con un rodilllo hasta formar un rectángulo de aproximadamente 40 x 30 cm. Píntalo con el pesto primero y luego espolvorea el queso parmesano por toda la superficie.

Luego, enrolla el rectángulo, de forma que te quede un cilindro. Córtalo en rodajas de unos 4 cm, que irás colocando en un molde, bien apretaditas. No importa si queda espacio entre ellas, porque al crecer en el horno acaban juntándose.

Por último, pinta con huevo batido y hornea a 200º unos 35 minutos.